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Posted by El Sifo - - 1 comentarios

Desde entonces, cada vez que alguien me pide recomendarle un libro "De ánima" salta a mi mente, y sé que probablemente quien lo lea no le guste, pero también sé que no puede permanecer inmune, no puede salir limpio, sino es de su agrado seguramente le irritará.

Y es que Juan García Ponce nos lleva a lo más íntimo de la relación entre Paloma y Gilberto y nos convierte en voyeristas y cómplices a través de la forma de narración más íntima posible: sus diarios.

Ella tal vez un poco más pasional, El más filosófico; su relación sale de todos los marcos cotidianos; según Juan Antonio Rozado en su texto "Juan García Ponce: Avatares del deseo", Gilberto descubre otro tipo de relación, sé percata de que pretende contemplarla (a Paloma) en plenitud de su ser y, por tanto, la culpabilidad y los celos se desvanecen.

Y nada habla mejor de un libro que un fragmente del mismo:

Diario de paloma

La historia con el “otro”, con el “testigo”, no va a tener fin y debo aceptar que encuentro un irresistible placer al prestarme a representarla. Algo me impulsa a emular a mi “doble” y ser como he descubierto que Gilberto quiere verme apenas se presenta la ocasión para ello, aunque no dejo de reconocer también que tal vez me sirvo de ese pretexto para darme gusto a mí misma. Nunca he dudado de que por encima de cualquier cosa lo que todas queremos es gustar; pero resulta nuevo comprobar con una certeza que aumenta la confianza en mí misma que a Gilberto le gusta verme gustar. Hay una anormalidad radical detrás de esto. ¿Qué es lo que él busca, qué oscura representación de mí misma aumenta su deseo, lo impulsa hacia mí y lo hace acercarse cuando, al menos aparentemente, yo lo ignoro y me alejo? Me niego a pensarlo. Esos problemas le corresponden a Gilberto. A mi me basta con ser, incluso tal como él quiere mirarme, negándolo a través de mi conducta, y sea por el motivo que sea, es cierto que nuestro deseo, el que compartimos los dos y con el que nos gratificamos uno al otro, aumenta sin cesar. A veces me asusta un poco. ¿Si quien debe ponerme límites no lo hace cómo puedo ponérmelos yo? Pero es imposible pensar en eso cuando alguien, a través de cualquier anormalidad por parte de su amante, tiene todas las pruebas de la absoluta fidelidad y la fascinación de éste y de regreso a él lo encuentra siempre, cada vez más fiel y fascinado. Las mujeres no creemos en ninguna norma, carecemos de normalidad y por eso los hombres pueden imponernos esas reglas que son una pura creación masculina. Si Gilberto me impulsa a transgredirlas, al obedecerlo creo otras reglas y hasta puedo suponer, para mayor tranquilidad mía, que no hago lo que hago más que porque él así lo desea y lo sorprendente es que, aunque sea mentira y en el último momento siempre soy la única dueña de mí misma aun a través de ese supuesto olvido de sí que provoca el placer, esa mentira es verdad. El deseo de Gilberto, el que no dejo de sentir y de usar, ha logrado que me sepa suya a través de ese deseo, incluso cuando para aumentarlo él parece querer destinarme a otros y yo uso en mi favor esa licencia. No se lo que él ve, pero me reconozco en su mirada y colmada de mí misma a través de esa mirada encuentro en ella mi propia necesidad de entregármele.

Diario de Gilberto

Deseo precipitar a Paloma a todos los excesos. Quizá ella es la que me incita y provoca ese deseo, pero no concientemente. Ha sido una revelación progresiva. Ahora sé que basta un gesto cualquiera que parece mostrarla más allá de lo que ella quiere o en otra dirección de lo que quiere al hacer ese gesto, que basta una mirada, una sonrisa, dirigidas a mí y a cualquier otro al mismo tiempo, que basta sorprenderla en una de sus típicas actitudes de súbita huída después de un descuidado abandono a sus propias sensaciones, que basta con verla actuar ante los demás desde la seguridad de que está conmigo al tiempo que parece olvidarme, para que yo no quiera otra cosa que abrir los caminos que puedan conducir a ese olvido desde el que no la tengo momentáneamente y puedo saberla y reconocerla como mía sin ser mía, fuera de mí y entregada a sí misma tal como algunas veces nos ocurre también al hacer el amor cuando algo que está en Paloma, que es de Paloma y que es más que Paloma, pertenece sólo a la otra Paloma, parece flotar a nuestro alrededor sin que yo pueda precisarlo nunca porque me pierdo en mi propio olvido. No ocurre eso cuando la veo entre los demás, pero tampoco logro precisarla porque Paloma no parece ser entonces más que ese puro movimiento en el que se muestra contradiciéndose a sí misma y nada puede fijarla ni definirla más que el preciso instante en el que se encierra la pura contradicción que reinicia continuamente el movimiento dentro del que ella se muestra ocultándose en su propia revelación. Posiblemente fue así desde el principio. Desde antes de estar por primera vez con Paloma la miraba como la mujer de Armando y este conocimiento la hacía más deseable para mí porque mi ilegítimo deseo parecía corresponder a una disponibilidad acompañada de un conocimiento culpable de ella por ella misma que me hacían suponer que en algún momento iba a sentir casi como una obligación la necesidad de seguir a esa disponibilidad que toda su persona anunciaba. Tal vez ocurrió así. Pero, siendo mía, Paloma no dejaba de encerrar dentro de sí a la otra y el hecho de que ahora esté conmigo no hace más que aumentar continuamente mi deseo de espirar el momento en que se muestra y Paloma vuelve a ser la que era para mí antes de estar conmigo.

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